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lunes, 20 de septiembre de 2021

La Caída de Gondolin y el adios a Christopher Tolkien

 



La primavera siempre me da ganas de leer Tolkien, aun cuando estoy leyendo Tolkien. Y no tiene nada que ver con el verdor y la suave calidez que empieza a invadir todo (hasta nuestras narices alérgicas) si no con él imborrable recuerdo de mi primer lectura de "El Señor de los Anillos". Desde entonces las temperaturas por encima de los 20 grados, las lluvias que luego traen el frescor y las brisas que nos hacen oscilar entre la remera y el saco activan mis deseos por revisitar cualquiera de las obras del profesor de Oxford.

La Caída de Gondolin (Minotauro 2018) es un libro de precio prohibitivo. Una constante en el sector para casi cualquier ejemplar de cualquier autor que este a la venta en librerías comerciales. Sin embargo me hice con una versión digital para mi Kindle y tuve por fin la oportunidad de leer el último libro editado por Christopher Tolkien. Un "Canto de Cisne" que él mismo anunció en el prólogo del libro.

El libro se acerca más al trabajo que hizo con Cuentos Inconclusos o La Historia del Señor de los Anillos que a entregas más recientes como Los Hijos de Húrin. Es decir que si bien trae a conocimiento una serie de borradores y esbozos de Tolkien sobre Tuor y la caída de la ciudad del rey Turgon (un mito tan importante y popular en la tierra media que es mencionado a menudo en El Hobbit y El Señor de los Anillos, dando muestra que era caro al corazón del autor) no presenta un relato novelado tradicional. 

La Caída de Gondolin es una de las tres "Grandes Canciones" de la tierra media según Tolkien padre. Junto con La historia de Beren y Luthien y La de los hijos de Húrin formaba una especie de corpus principal de leyendas que él pensaba, se destacaban por encima de todas las demás historias de la primera edad por su estilo “Elevado”

Christopher Tolkien explica en el prólogo que en el caso de La Caída de Gondolin eran de tal riqueza sus distintas versiones, existentes desde 1917 que sintió que editarlas para conformar una novela o relato provocaría una pérdida irreparable sin contar con el enorme trabajo que supone laburar con cada uno de ellos para un hombre de su edad. 

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Me paso algo muy bello y personal con “La Caída...” El libro arranca con el más antiguo de los borradores que narra el viaje de Tuor por Beleriand, su búsqueda infatigable de la ciudad de Gondolin, la aparición de Ulmo y una severa advertencia para que le transmita al Rey de Gondolin. O bien se prepara para una última guerra contra Morgoth y sale con sus ejércitos de las murallas a desafiar el poder de Angband de manera abierta o prepara su huída de la tierra media. En la guerra Ulmo dice que lo ayudara y le promete que será el vencedor. De la Huida y búsqueda del perdón del los Valar ya mucho no puede asegurar. Pero la decisión está en sus manos.


 

En este primer esbozo la narración del viaje de Tuor, su estadía en Gondolin, su unión con Idril (la hermosa elfa hija de Turgon), la traición de Maeglin y, por último, la desesperada batalla por salvar la ciudad me devolvieron a mis dieciséis años.

La primera vez que leí El Señor de los Anillos quedó en mí la escena en que Bilbo y Aragorn cantan una canción en Rivendel en un salón donde arde un fuego rojo. La canción es sobre Earendell, hijo de Tuor, el protagonista de "La Cáida de Gondolin" 

Como lector debutante en ese entonces tengo muy dentro de mi corazón esa imagen del fuego, las sombras proyectadas sobre el color rojo de las llamas y el relato del montaraz en esa ocasión. Tenía una muy vaga noción de lo que era el Silmarillion por lo que esos nombres que sonaban tan raros y esa poética tan misteriosa como triste llegó a algún lugar muy profundo de mi corazón. Y si alguien me pregunta de que se trata la obra de Tolkien o donde está su belleza diría que seguramente se encuentra por ahí cerca. La sensación de estar leyendo un mundo ficcional que conmueve hasta los huesos como una historia cercana y personal. Nos interpela a todos mucho más que otras obras "Realistas" 

Cuando leí ese primer tramo de La Caída de Gondolin sentí que estaba finalmente conociendo entero ese relato que escuche por primera vez en Rivendell tanto tiempo atrás. El detalle con el que se cuenta la batalla de Gondolin llega a niveles de La Eneida de Virgilio. No he leído nunca un texto de Tolkien que tome un vuelo tan, TAN Homérico.

Así como Virgilio nos hace saber de cada uno de los principales guerreros de Troya, Tolkien hace lo propio con Gondolin. Nos cuenta de cómo se distinguen el uno del otro, que hacían antes, a quien servían y por que hechos de armas se hicieron famosos en esa última batalla. Todo esto sin perder de vista a los protagonistas que los lectores ya conocemos como Tuor, Idril, Turgon y el nefasto Maeglin. 

Realmente fue  conmovedor sentir que me hallaba testigo de una historia de semejante calibre y podía imaginarme en esa sala de Rivendel escuchando atentamente a algún elfo narrarla con un detalle que sólo alguien de la hermosa gente podría lograr. Desde la partida de Tuor en busca de la ciudad hasta el desesperado viaje de los sobrevivientes tras la caída el relato es de una belleza abrumadora.

Dicho esto, el resto del libro es (como adelante) una compilación y comparación de todos los borradores sobre el mismo cuento a lo largo de los años. Lo que es muy bueno para los estudiosos de Tolkien como yo y quizás no tan bueno para un lector casual. Se incluye también la versión de la historia ya publicada años antes en Cuentos Inconclusos. Más este es el único libro (y quizás su gran novedad al fin y al cabo) que incluye ese primer borrador de 1917 que por sí sólo vale la pena. Si no está en su interés la historia de cómo se escribió y evolucionó el relato, al menos esas páginas merecen una lectura.

Para quienes ya hemos leído trabajos similares de Christopher Tolkien como La Historia del Señor de los Anillos el libro cuenta con el último e incansable trabajo del autor en lo referido a hacer un detalladísimo análisis de cada versión del cuento. Se lamenta su partida, todavía reciente, al ver el profundo amor que lo impulsó a trabajar de manera tan exhaustiva la obra de su padre, de la cual fue consejero en vida  y senescal en su ausencia.